DESFORMANCE COMO RITO PAGANO DE ARTE
CONTEMPORÁNEO.
NOTAS RELATIVAS AL
DESFORMANCE del 25 de enero del 2017 ejecutado por Paxón.
Reseña por Juan Vizcaíno
NOTA DE VOZ #008.
El trabajo del artista consiste, posiblemente, en
observar detenidamente cómo es que se forman los significados, cómo es que se
significan las cosas, a través de qué prácticas y cómo son esos procesos de
significación que son accesibles a la subjetividad, son procesos de
significación psíquicos, afectivos, de los cuales vemos que los objetos
incorporados a la realidad social adquieren cargas afectivas y significativas
que permiten su elaboración y composición intencionada, y esa composición sería
precisamente el ejercicio al que debe atender un artista visual como productor
de significaciones al analizar sus experiencias y extraerlas de la
cotidianeidad para producir otras, analizando los significados a través de su
experiencia germinal, quizá muy probablemente su experiencia finita, podríamos
entonces analizar cómo es que un significado se agota, se diluye, se pierde, se
modifica, cómo transmutan, de qué se componen, qué tensiones contienen, todos
estos procesos son procesos propios del estudio de las artes visuales.
NOTA DE CAMPO.
Preámbulo.
Nos congregamos los convocados al Centro de Artes
Visuales a eso de las 8:20pm. Habitantes de la perimetría y la marginalidad de
la vida, del arte y la cultura, los asistentes rodeaban el centro del patio en
silencio, murmurando, acostumbrándonos a la incertidumbre a la que estamos tan acostumbrados
todos los días, pero multiplicada… todos solos, se veían solos, no se cómo lo
experimentaban los demás, pero me sentí solo, sólo chido, sólo a propósito,
sólo sobrado, completo bajo la sombra nocturna de un árbol con una revista
fotocopiada entre las manos.
Disfruté de la soledad multiplicada
repasando, yendo y viniendo con los ojos en la revista y en el patio…pero había
alguien más y sospecho que cómo yo, los demás sentían que les observaban, y
supongo que por esa vigilia enajenada todos cuidábamos nuestros movimientos,
nuestras palabras. Arriesgaría a decir que estábamos más conscientes de lo
normal, conscientes de nuestros cuerpos, de nuestra mirada invasiva y violenta,
que se prendía del piso, de la mesa, de las paredes, para evitar hacer daño a
los vecinos.
Tres canciones.
Tres canciones interpretó un compa que declaró con cierto
orgullo ser de Chihuahua, recordándonos ser de allá. En modalidad trova, cantó,
cantó cosas, unas cuantas, contó historias, otras tantas, pero más dado al
silencio que a la palabra, poco recuerdo de sus respetables historias
musicalizadas, experiencias extraídas de la vida y puestos en escena con una
guitarra, junto a una veladora, frente al patio y su periferia humana.
Pensé en lo difícil que me resultaba la
trova, más adiestrado y propenso, mí oído agabachado, corrompido hijo de MTV, a
los sonidos de la guitarra eléctrica, que no ha sonado tanto como quisiera en
mi tierra.
Descripción del rito.
Se sabía, de alguna forma programada, que a la tercera
canción comenzaría el desformance de Paxón, pero comenzó la cuarta rola con un
“continuemos”, el músico rascaba la guitarra levantándose de la silla para
entrar a un salón obscuro hasta desaparecer, pero la curiosidad mató al gato y
entramos en fila indígena al espacio gramatical que se había dispuesto para el
ritual. No recuerdo bien pero nos acomodamos en semicírculo, y la fila se
detuvo y los de atrás de la fila se acumularon en embudo humano.
Semántica del rito.
Robusto, el autor estaba frente la cabecera de una mesa
que parecía de comedor, aunque todos sabíamos que era de taller de artes. El
mantel no lo recuerdo, pero Paxon tenía cubierto el rostro, el cráneo, en una
tela roja, y descubrimos por los flashazos de la cámara fotográfica que la tela
tenía orificios que servían de visores. Al frente una veladora que se encendía,
y un montón de granos un poco más adelante en la mesa.
La máscara elástica de tela en el cráneo
coronaba el cuerpo vestido de negro, y por la disposición del espacio y de los
cuerpos, se daba evidencia de que estábamos reunidos para algo indefinido e
incierto, pero que ciertamente todos sentíamos intensamente y que intuitivamente
sabíamos el lugar que nos correspondía, pues no había otro para cada uno, cada
uno solos. El semicírculo se rompió con el dibujo de la trayectoria de Paxón
que trazó un triangulo lumínico con las tres veladoras: magia y protección
sobre una media luna menguante, símbolos esotéricos.
Sintaxis del rito.
Sigo sin recordar el orden del ritual, incluso me
preguntaba si había un guión, un orden, un programa de acción para el
procedimiento, un manual operativo, lo que si estoy seguro es del fondo sonoro
atmosférico que envolvía el salón de triple altura. Hincado frente a la mesa,
frente a la veladora, retiró la máscara que comenzó a estirarse,
arremolinándose entre las manos, haciendo nudos como quién drena un cráneo
lleno de sangre caliente, roja, y se reveló un rostro humano.
De pie nuevamente, la figura humana caminó el
semicírculo y nos miró a todos para seleccionar a un camarada al que lo llevó
al centro del espacio para cubrirle el rostro con la máscara, lo detuvo y
estiró la tela pero el compa caminaba hasta que de un grito violento Paxón le
indicó que no se moviera. Le enredó el cogote, y pensé no mames lo va a ahorcar
en breve, haciéndome pensar en la fragilidad de la vida humana, pero luego del
regaño el autor se hincó ante la nueva figura enmascarada que había sido él
mismo, como quién se hinca ante el pasado, o ante un recuerdo de sí, o ante el
reflejo frente al espejo. Luego liberó la figura enmascarada para dejarlo
regresar al grupo como quién se libera a sí mismo.
Nada de lo que pudieran hacer los asistentes
era importante, la concentración afectiva y significativa pendía sujetando las
prácticas mágicas del evento cultural que dirigía el autor, que golpeó los
granos que supimos entonces eran de elote seco, cayendo al piso como caen los dientes
de la boca. Se cortó la mano el muy cabrón, se cortó la mano izquierda y en la
obscuridad no pude ver caer la sangre sobre los elotes fertilizados que
recibían el manchado sacrifico.
Tomó los granos, los llevó al espacio de
significación, siempre público, y se limpió la mano agredida, símbolo lastimado
de la acción y la manipulación del mundo, dejando un tramo de la máscara sobre
los granos para prenderles fuego con algún combustible procesado: Elote, sangre
y combustible, compuesto nacional, compuesto mítico prehispánico actualizado en
el siglo XXI, y lo vimos arder hasta consumirse. Los granos tronaron como
palomítas de maíz como manifestantes indignados en la plaza pública.
Los gatos tienen 9
vidas.
Recordé que había dejado mi mochila afuera del salón y
salí pensando en volver, pero unos segundos detrás de mí salió el autor quién
había abandonado la escena sin dar indicaciones, y nuevamente, como los gatos
tienen nueve vidas, los asistentes salieron curiosos a la conclusión del rito,
inscrito en el campo del arte contemporáneo, con una potencia evocativa mágica,
prelingüística y preconsciente, que me he empeñado en relatar.
Salí del lugar luego de despedirme, y
confieso una cierta novedad en mi actuar, una confianza adquirida, aprendida,
compartida, que he traído a este texto. Confianza probablemente finita pero
confianza al fin… esa sangre, ese sacrificio, no era del Paxón, sino de la
banda, también de quienes no supieron caer al rito, porque al final esas cosas
se contagian, como el fuego: En cinco horas me he fumado 25 cigarros a una
velocidad de cinco cigarros por hora.
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